Me arrancaría el ojo

A la neuralgia del trigémino los que la padecemos, le llamamos la bestia. Y es muy habitual en foros, conversaciones y hasta en monólogos internos hablar de «cuando se despierta la bestia». No se trata de la película, ni de la colección de libros. Pero sí es una metáfora casi más real que cualquiera de sus guiones.

La bestia solo duerme cuando tu duermes. En mi caso en cuanto despierto, me da los buenos días tan simpática ella recordándome que sigue conmigo. Los químicos consiguen, a veces, drogarla, adormecerla. Entonces el saludo mañanero puede ser más débil algunos dias, más tímido quizá. Pero siempre se encarga de hacerte saber que está ahí. Y en cuanto la droga empieza a bajar su efecto en tu sangre, la sientes rugir y te avisa…… «prepárate bonita que voy».

A lo largo del día va queriéndose despertar continuamente, pero tu le mantienes a raya como puedes. Con todos los recursos que tienes a tu alcance. Los he mencionado en otros posts: los cambios de tratamiento, la medicina alternativa, la meditación, el descanso, los límites y en fin… toda una retaila tan larga como aburrida de sostener a lo largo del tiempo y de tu vida.

Pero cuando, a pesar de todo, se despierta… Cuando te quiere recordar que puede más que tu.. que está harta de tus drogas, de tu paciencia, de tu esfuerzo, de tu resistencia y de tu optimismo….. Cuando se despierta la bestia… yo me arrancaría el ojo. Me rasgaría la piel, me arañaría los párpados. Metería toda mi mano en la concavidad izquierda de mi cara, y me arrancaría cada músculo que lo rodea hasta llegar al nervio, y tiraría de el con toda mi fuerza hasta arrancarlo sin piedad y lanzarlo contra lo primero que tuviera enfrente. Con mis propios dedos, con toda mi angustia y con toda la desesperación de mi alma.

Los dolores eléctricos van in-crescendo y no puedo, no puedo recurrir a visualizarlo fuera de mi, ni a desidentificarme como entreno cada día. Ni a pensar en nada. Ni a respirar profundamente, mirando al infinito. Solo puedo presionarme el párpado antes de que me estalle porque sé lo que viene despues. El picor, la quemazón, la sensación de oquedad acartonada de todos los músculos que sostienen mi pequeño ojo, que siento arder. Que llora, y es peor. Porque cada lágrima provoca una estímulo de electricidad en mi piel y desencadena la virulencia de la bestia, que sigue gritando. A la bestia no le gusta mis lágrimas. Así que con lo sensible que soy, lo llevo bastante crudo en general. En esos momentos, son en esos momentos, cuando pierdo prácticamente la consciencia. Me mareo, los músculos de todo mi cuerpo se resienten, se debilitan y solo quieren desaparecer. Yo quiero desaparecer, con mi ojo arrancado.

Esto parece una película de Quentin Tarantino. Desgraciadamente no lo es. Si pudiera convertirlo en algo tan gore para que terminara con un «The End» para siempre, lo haría. Pero no puedo. La resaca que vivo cada vez que se despierta la bestia me dura de 2 a 4 días en los que sí, desaparezco del mundo, con mis ilusiones, mis ganas, mis proyectos, y con mi ojo en su sitio. El equipo neurológico me da un chute extra de algo legal, y hasta luego Sayonara: またねさよなら

Ahora mismo estoy de resaca. Llevo con la bestia enfadada desde hace 4 días. Y ayer se cabreó demasiado. Qué tia, es que no consigo darle un espacio bonito en mi vida, aunque el espacio sin duda lo coge cuando le da la gana. Aprendo con ella. Aprendo de ella. Pero a la bestia solo la siento bella cuando ambas podemos darnos oportunidades equilibradas. Un ratito para ella, otro para mí. Momentos para su descanso. Momentos para el mío.

Menos mal que sigo cuerda. Como Joaquín Phoenix en su campaña animalista: Todos somos animales.
Mi bestia y yo tambien.

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