Hoy he leído este titular de Luz Casal: «el cáncer me ha enseñado a vivir cada momento con serenidad». Y me ha llegado profundamente para poner palabras a lo que estoy viviendo a lo largo de estos últimos días.
Vivir sin tanto dolor, con energía y ganas de comerme el mundo es maravilloso. He vivido estas semanas como la niña pequeña que sigue residiendo en mí y no quiere desaparecer. Con la alegría de cada encuentro olvidado, como si fuera un nuevo amigo del cole. Con la alteración de cada nueva salida y posibilidad de hacer y disfrutar como si fuera una escapada en autobús cantando aquello de «los padres jesuitas nos llevan de excursión», o una fiesta de cumple llena de globos y chuches, o un parque de atracciones, o los ansiados viajes a Madrid para visitar a mis abuelos. Con el misterio y la magia de sentir cómo renacía de las cenizas sintiendo que había más luz que sombra, y con la excitación permanente y cantidad de sorpresa inevitable del ratoncito Pérez, o del día de Reyes Magos.
Pero vivir con tanta intensidad, y sentirla por cada poro de mi piel, aunque es absolutamente increíble e indescriptible para mí en este punto de mi vida, tiene como todo, esa parte tan difícil para un carácter como yo: intenso a rabiar e hiper-sensible sin remedio. Cuando la alegría se transforma en euforia, existe una parte insostenible de transitar con una enfermedad neuropática. Igual que cuando la tristeza se apodera de tu alma. Las emociones cuando llegan a su forma mas extrema, dejan de ser adaptativas y es cuando te rompes. Cuando el equilibrio emocional se resquebraja, el sistema nervioso se inflama e impulsa al dolor a llamar a tu puerta. En mi caso es el trigémino el que obviamente más se queja, como alerta, como aviso de… «por aquí no pequeña, no te olvides de tus limitaciones.» Y aquí está de nuevo, volviéndome a gritar. En el fondo, le estoy bastante agradecida.
Porque en el fondo vuelve a recordarme que aunque soy la misma persona de siempre, más profunda y a la vez igual de optimista, ni mis comportamientos ni mis formas de hacer volverán a ser las mismas. La sabiduría te llega con un autoconocimiento duro de bucear. Cuando piensas que ya has llegado al límite del océano y a tus capacidades de oxígeno, se abren nuevos terrenos, oscuridades e incluso nuevas especies por descubrir. Y lo increíble es que puedes. Solo debes dejarte llevar… viviendo cada momento sí, pero con la serenidad que tan bien describe Luz Casal.
Recuperar la serenidad para mí es la base de graduar mi euforia y volverla a convertir en alegría de cada momento. Si cada estímulo me altera de esta manera tan estrepitosa, necesito reducir mi nivel de estímulos, por lo menos aquellos que puedo elegir. La hipersensibilidad que tengo tatuada en mis genes no se va a evaporar, ni quiero. Pero conociendo lo que me afecta y en el grado en el que me pone del revés, voy a pensar cómo seguir cultivando mi silencio y mi recogimiento renunciando a otras actividades que, por mucho que me gusten, sencillamente no caben ya en esta parte de mi camino.