Pensaba ilusa que las vacaciones iban a ser como todos los años. Inocente creí una vez mas que el mar, la presión atmosférica me relajarían como siempre con la directa consecuencia de aliviar mi sistema nervioso y así engañar al quinto par. Las voces internas mas infantiles me dieron la esperanza de que en otro entorno, con otra gente, mas cerca de mi familia y entre mis raíces, mi mente tendría una fuerza insuperable que pudiera con todo. Pero, lamentablemente, el dolor no se va de vacaciones. Tenía la necesidad tan fuerte de conectar con mi jovialidad, la diversión y el descanso, y de estar en vacaciones «como siempre» que me volví un poquito ciega ante la verdad. Vamos, que si 9 pastillitas al día no pueden casi con ello ¿Zarauz si? …… pues eso… ingenuidad made in Lo La.
Después de 10 días luchando contra mi misma, fingiendo ante el espejo que sí podía, que eran brotes tontos, y que la vida es para vivirla, que en realidad todo esta en la mente y que mis ganas podrían, … con dos cenitas de nada y un par de días en la playa y alguna tarde en el chiringuito… el amigo se quejó y me dijo: «tu te crees que la policía es tonta corazón de melón?»
Pues volví a la dura realidad de no poder hacer lo que me gustaría, vamos, sin excesos de ningún tipo que no me voy a soltar la melena ahora, ni a comerme la noche ni a hacer una marathon. Y ya sé que no pasa ABSOLUTAMENTE NADA DE NADA oiga. Pero cómo se frustra el cerebro, ¡qué barbaridad! En los madriles, me cuesta muchísimo menos aceptarlo y quedarme en mi cuevilla particular. Aquí sin embargo, con el «buen rollito veranito» de amigos, hijos y compañía, la motivación para aceptarlo como que se disuelve entre las huellas de la arena. Me traicioné a mí misma con pataletas internas tipo niña de 2 años de «jo…. ¿porqué me tiene que pasar esto a mí?».
Una vez que lo tragué, no sin mucho trabajo interior of course y un par de cambios de medicación que no han servido de nada, desde hace días ya he vuelto a mi ser y a centrarme en dónde estoy, quién soy y qué me sucede. Estoy más cansada porque la rutina es cero, el cambio de horarios, clima, entorno y hábitos es completamente diferente, y los brotes de dolor son más numerosos. Pero, al volver a mi centro, soy capaz de cuidarme desde ahí y parar los días que hagan falta para elegir la actividad que me merece más la pena. Cuando me he dado cuenta de que no lo tenia tan aceptado como pensaba, y que mi ilusión tan sólo corresponde a mi necesidad de encontrarme bien sea donde sea, y de que esta pesadilla se acabe algún dia, me he dado mucha empatía, y he empezado a cuidarme siendo consciente, una vez mas, de que mis elecciones siempre siempre, tienen consecuencias. Priorizar de una sola actividad cada X tiempo, va a ser siempre el camino adecuado. Si no puedo, no pasa nada. Todo tiene una razón de ser superior a mí. Doy gracias por ello, dejo mi ombligo tranquilito, y de esa forma me alejo mi victimismo, me doy permiso para enfadarme con mi neuralgia y con el mundo en momentos concretos, pero respiro hondo, y vuelvo a mi paz interna.
El dolor no se va de vacaciones pero tengo la suerte de venir a mi paraíso favorito y disfrutar de pequeños momentos que acumulan felicidad en mi corazón.
Me encantó tu escrito. En verdad que el dolor no se toma vacaciones. Yo llegué a decir que me hice amiga de eĺ. Mis hijos no podían admitirlo, pero de él se aprende y cómo!
Gracias y que tu dolor se alivie a tal punto de desaparecer!